Nuestra vida adulta está marcada por el trabajo; o por la ausencia del mismo. Casi medio siglo de vida de cada persona está mediatizado por cuestiones tales como el empleo, el clima laboral y las condiciones en que se desarrolla el mismo.
La diferencia entre un ser libre y un esclavo es que el primero puede negociar y pactar acuerdos que afecten a ese dilatado periodo de tiempo. Acuerdos que se tratan bien sea individualmente o bien sea, lo más natural a tenor del desequilibro de fuerzas entre las partes que se dan cita en estos temas, de manera colectiva.
El segundo, sin embargo, depende de la arbitrariedad del amo, de las conveniencias de sus negocios o de sus apetencias personales. El esclavo nunca negocia, nunca pacta, nunca se plantea el derecho a habitar un lugar digno bajo el sol, nunca toma las riendas de su destino…
En estos días una amenaza de neoesclavismo se cierne sobre la práctica totalidad de la ciudadanía. Con pretextos baladíes nos presentan un decreto (un ORDENO y MANDO, en lenguaje llano) como lo mejor para los trabajadores; también los esclavistas tenían argumentos paternalistas de este estilo. Pretenden que haya una élite dirigente (la patronal de toda la vida) que pueda arrogarse la potestad de decirnos cómo trabajamos, la cuantía de nuestro salario, en qué lugar debemos hacerlo, cuándo y en qué medida podemos enfermar y hasta la frase de despedida que debemos esbozar cuando, como juguetes rotos, se nos arroje al pozo de la desesperanza argumentando razones empresariales.
Razones empresariales que no son tales, sino simples intereses del empresario. Porque olvidan que un empresario y su local no son empresa; que ese concepto, para ser real, precisa de un elemento, el trabajo, que es lo que aporta el factor humano. Factor humano que precisa estar motivado convenientemente e inmerso en un clima laboral propicio para que asuma la vida de la empresa y la consecución de sus objetivos como propios.
Pues bien, este intento de resucitar la servidumbre de la gleba cuya derogación esperamos tras la jornada de huelga del próximo jueves 29, siembra la semilla de la discordia social. Esa paz, a veces frágil, basada en el acuerdo, en la consecución de condiciones laborales dignas y en la cobertura pública y solidaria de nuestras necesidades básicas, se verá seriamente dañada por la actuación de un gobierno absolutamente poseído por cantos de sirenas, las mismas sirenas que, con sus berridos, ahogan el clamor de los millones de parados que reclaman el trozo del pastel, aunque esté reseco y sea escaso, al que tienen derecho por simple justicia social.
Las mismas sirenas ante cuyo canto callan los empresarios; incapaces de entender que el miedo se agota en sí mismo, que las empresas se convierten en fuente de injusticia y que ese bien llamado Paz Social se devalúa y prostituye cuando se basa en la sumisión. Amenazando, esta vez con una fuerza incontenible, la pervivencia de las mismas.
Yo no quiero que las generaciones presentes o futuras se enfrenten a un panorama de sometimiento. No deseo que nuestros hijos sean esclavos; no me gusta contemplar un mundo de próximo futuro donde el conflicto sea el único síntoma de que la dignidad humana no ha muerto.
Por todo ello, porque deseo una paz social basada en la justicia, porque quiero tener bien asidas las riendas de mi destino y porque reclamo, tanto para mí como para los míos, nuestro lugar bajo el sol, estaré en las calles este jueves.
Con las gentes que no aceptan ser esclavas.
Carlos Migliaccio. Adscrito al sector monitoras en Huesca
viernes, 23 de marzo de 2012
Un lugar bajo el sol. Reflexión (2)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario